lunes, 23 de junio de 2025

La Quilmeña: 70 años de trabajo, pasta y familia

Nuestra historia no empieza en Quilmes como podria suponerse sino en Ramos Mejía, con dos hermanos: Horacio y Mario Igarzábal, que desde muy chicos tuvieron que salir a trabajar. Se la rebuscaban haciendo changas, repartos y trabajando en las cocinas de los bodegones y restaurantes del Buenos Aires de los años '40. Cuando se convirtieron en muchachos, ya contaban con unos cuantos años de experiencia.

Lo que al principio fue una necesidad —porque en aquella época nada era gratis y había que ayudar en casa—, con el tiempo se transformó en oficio, y con los años vino la experiencia. Uno se convirtió en un gran pizzero, el otro, en un pastero de oficio. Esa combinación de experiencia y trabajo fue la base con la que, años después, dieron inicio a su propio negocio. 


Un día, un amigo les mostró que en el diario La Prensa habían publicado que vendían una fábrica de pastas en Quilmes a buen precio. Se miraron, sacaron cuentas y fueron a ver el local. Eran dos muchachos que habían juntado algunos mangos y vieron una oportunidad. Cruzaron de punta a punta el conurbano bonaerense —que en esa época no era poca cosa— y se mudaron a ese local, que tenía un departamentito arriba. El lujo no abundaba, pero no importaba. Eran jóvenes, solteros, en una nueva ciudad, que tenían su primer local y muchas ganas de hacer las cosas. Estaban convencidos de que esto iba a salir bien.

Empezaron de abajo, sin grandes recursos, pero con ideas claras y mucho trabajo. El primer local estuvo sobre la calle Mitre, y ahí hacían todo a mano: los fideos se cortaban con cuchillo sobre la mesa, los ñoquis se formaban uno por uno con una tablita de madera. Era un trabajo diario, artesanal y muy exigente.

Con el tiempo, se trasladaron del local de calle Mitre al lado del mercado municipal de Quilmes, ubicado en la manzana formada por Lavalle, Humberto Primo, Moreno y Olavarría.

Inaugurado en 1953, el mercado fue impulsado por el entonces intendente Bond, con el objetivo de ordenar e higienizar la actividad de los puesteros que hasta entonces trabajaban en ferias abiertas de manera bastante desorganizada. En ese entorno —un lugar vivo, con puestos fijos adentro y afuera, y vecinos circulando todos los días— La Quilmeña encontró un espacio ideal para seguir creciendo.

Allí mantuvieron el mismo espíritu artesanal del inicio: fideos cortados a mano, ñoquis hechos uno por uno, productos frescos preparados con dedicación y oficio. El mercado, por esos años, era el centro comercial y social del barrio, un punto de encuentro donde la calidad y el trato directo con la gente eran clave. En ese entorno, la marca empezó a ganarse un nombre y a hacerse conocida, primero entre los vecinos, luego en el resto de la ciudad. 

Con el tiempo, y gracias al esfuerzo constante, fueron invirtiendo en maquinaria y mejorando los procesos. Nunca dejaron de priorizar la calidad, pero entendieron que, para crecer, había que incorporar herramientas. Así, paso a paso, se mudaron al local actual, en Brandsen 190, donde funciona hoy la fábrica.


La Quilmeña se fue haciendo un nombre por el boca en boca. La gente volvía no solo por las pastas, sino también por la confianza. Los vecinos sabían que en La Quilmeña se trabajaba con seriedad, que los productos eran frescos, hechos con buenos ingredientes y con la experiencia de quienes realmente saben hacer pastas.


Hoy, más de 70 años después, La Quilmeña sigue siendo un negocio familiar. Quien les escribe estas líneas es el nieto de Horacio y el hijo de Iouri, que desde hace décadas tomó la posta y mantiene el legado que comenzó mi abuelo. Nuestro compromiso sigue siendo el mismo: hacer pastas frescas, artesanales, de calidad y sin conservantes, como se hacía en aquel primer local de calle Mitre.

Trabajamos todos los días con los mismos valores: tradición, calidad, confianza, prestigio y familia. Y aunque hoy contamos con una estructura más grande, más herramientas y más tecnología, no perdimos el espíritu con el que comenzó todo: hacer bien las cosas, con dedicación y respeto por lo que se ofrece.

En La Quilmeña soñamos con llegar a los 100 años de historia. Y no queremos hacerlo solos. Queremos que nuestra clientela nos acompañe, como desde aquellos primeros días. Porque nuestra historia no es solo la de un negocio: es la de un barrio, de familias que trabajan todos los días, y de una forma artesanal de hacer las cosas, guiados por la tradición y el saber hacer que venimos cuidando hace más de 70 años.

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