viernes, 27 de junio de 2025

¿Por qué en Argentina se comen ñoquis los días 29?



Descubri la historia detrás de esta tradición tan nuestra, desde la leyenda de San Pantaleón hasta el ritual del dinero bajo el plato.




¿Por qué el 29?

  • En Argentina, históricamente los sueldos se pagaban a principios de mes, por lo que para el 29, muchas familias ya estaban ajustadas. Los ñoquis eran una comida barata que "salvaba" hasta el próximo pago.
  • En muchas culturas, los números impares (3, 7, 29) se consideran de buena suerte. El 29, al ser un número primo, adquirió un aura especial.
  • Aunque su festividad es el 27 de julio, la tradición se extendió a todos los meses para mantener vivo el ritual.


En Argentina, hay una tradición gastronómica que mezcla historia, superstición y economía: 
los ñoquis del 29
. Cada día 29 del mes, miles de familias preparan este humilde plato de origen italiano, acompañado de un curioso ritual: colocar dinero bajo el plato para atraer prosperidad. ĮPero, ¿de dónde viene esta costumbre? ¿Por qué justo el día 29? ¿Y qué tiene que ver un santo italiano con la suerte financiera? En este artículo del blog vamos a contarte:


  • La leyenda de San Pantaleón y su conexión con los ñoquis.

  • La llegada de la tradición a través de la inmigración italiana.

  • El significado del dinero bajo el plato y otros rituales.

  • Por qué el día 29 y su relación con el fin de mes.

  • Cómo esta tradición sigue viva hoy.




La Leyenda de San Pantaleón: ¿Quién fue San Pantaleón?

San Pantaleón fue un médico y mártir cristiano del siglo III, originario de Nicomedia (actual Turquía). Tras convertirse al cristianismo, renunció a su riqueza y dedicó su vida a ayudar a los pobres. Según la tradición, durante un viaje por el norte de Italia, Pantaleón llegó hambriento a una aldea donde unos campesinos, a pesar de su pobreza, le ofrecieron un plato de "gnocchi" (ñoquis).

En agradecimiento, Pantaleón bendijo a la familia y les anunció un año de abundantes cosechas. Días después, los campesinos encontraron monedas de oro debajo de sus platos, lo que se interpretó como un milagro. Desde entonces, se creyó que comer ñoquis el día de su festividad (27 de julio) con dinero bajo el plato atraería prosperidadCon el tiempo, la costumbre se extendió a otros días del mes, especialmente el 29, posiblemente por su cercanía al fin de mes, cuando el dinero escaseaba.



La llegada a Argentina gracias a la inmigración

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, millones de italianos llegaron a Argentina, trayendo consigo sus tradiciones culinarias. Los ñoquis, un plato sencillo a base de papa, harina y huevo, se popularizó entre las clases trabajadoras por su bajo costo. En un contexto de escasez, muchas familias adoptaron la costumbre de comer ñoquis el último día del mes (o cerca de él), cuando los sueldos ya se habían agotado. La leyenda de San Pantaleón se fusionó con la esperanza de "estirar el presupuesto" y atraer buena fortuna.




¿Por qué Funciona? Más que una creencia religiosa, es un acto simbólico de manifestación:

Hoy, el ritual sigue vivo y tiene varias versiones:

  1. Preparar los ñoquis (clásicos de papa o alternativas como espinaca).

  2. Colocar un billete o moneda debajo de cada plato (puede ser simbólico, como un billete de lotería o de bajo valor).

  3. Dejarlo allí hasta el primer día del mes siguiente (para "asegurar" la abundancia).

  4. Comer con la mano derecha y pedir un deseo.

  • Representa gratitud (como los campesinos que compartieron su comida).

  • Invita a la abundancia (el dinero "aparece" como en la leyenda).

  • Refuerza la unión familiar (es una tradición que se comparte en casa).






Los ñoquis del 29 son mucho más que un plato: son un rito de esperanza, un legado de los inmigrantes y una muestra de cómo la cultura se adapta. Ya sea por superstición, tradición o simple gusto, cada día 29, los argentinos mantienen viva esta costumbre... ¿quién sabe? Si alguna moneda de oro aparecer abajo de tu plato dale gracias a San Pantaleón!






¿Vos seguís la tradición? ¡Contanos en comentarios! 🍽️💵



lunes, 23 de junio de 2025

La Quilmeña: 70 años de trabajo, pasta y familia

Nuestra historia no empieza en Quilmes como podria suponerse sino en Ramos Mejía, con dos hermanos: Horacio y Mario Igarzábal, que desde muy chicos tuvieron que salir a trabajar. Se la rebuscaban haciendo changas, repartos y trabajando en las cocinas de los bodegones y restaurantes del Buenos Aires de los años '40. Cuando se convirtieron en muchachos, ya contaban con unos cuantos años de experiencia.

Lo que al principio fue una necesidad —porque en aquella época nada era gratis y había que ayudar en casa—, con el tiempo se transformó en oficio, y con los años vino la experiencia. Uno se convirtió en un gran pizzero, el otro, en un pastero de oficio. Esa combinación de experiencia y trabajo fue la base con la que, años después, dieron inicio a su propio negocio. 


Un día, un amigo les mostró que en el diario La Prensa habían publicado que vendían una fábrica de pastas en Quilmes a buen precio. Se miraron, sacaron cuentas y fueron a ver el local. Eran dos muchachos que habían juntado algunos mangos y vieron una oportunidad. Cruzaron de punta a punta el conurbano bonaerense —que en esa época no era poca cosa— y se mudaron a ese local, que tenía un departamentito arriba. El lujo no abundaba, pero no importaba. Eran jóvenes, solteros, en una nueva ciudad, que tenían su primer local y muchas ganas de hacer las cosas. Estaban convencidos de que esto iba a salir bien.

Empezaron de abajo, sin grandes recursos, pero con ideas claras y mucho trabajo. El primer local estuvo sobre la calle Mitre, y ahí hacían todo a mano: los fideos se cortaban con cuchillo sobre la mesa, los ñoquis se formaban uno por uno con una tablita de madera. Era un trabajo diario, artesanal y muy exigente.

Con el tiempo, se trasladaron del local de calle Mitre al lado del mercado municipal de Quilmes, ubicado en la manzana formada por Lavalle, Humberto Primo, Moreno y Olavarría.

Inaugurado en 1953, el mercado fue impulsado por el entonces intendente Bond, con el objetivo de ordenar e higienizar la actividad de los puesteros que hasta entonces trabajaban en ferias abiertas de manera bastante desorganizada. En ese entorno —un lugar vivo, con puestos fijos adentro y afuera, y vecinos circulando todos los días— La Quilmeña encontró un espacio ideal para seguir creciendo.

Allí mantuvieron el mismo espíritu artesanal del inicio: fideos cortados a mano, ñoquis hechos uno por uno, productos frescos preparados con dedicación y oficio. El mercado, por esos años, era el centro comercial y social del barrio, un punto de encuentro donde la calidad y el trato directo con la gente eran clave. En ese entorno, la marca empezó a ganarse un nombre y a hacerse conocida, primero entre los vecinos, luego en el resto de la ciudad. 

Con el tiempo, y gracias al esfuerzo constante, fueron invirtiendo en maquinaria y mejorando los procesos. Nunca dejaron de priorizar la calidad, pero entendieron que, para crecer, había que incorporar herramientas. Así, paso a paso, se mudaron al local actual, en Brandsen 190, donde funciona hoy la fábrica.


La Quilmeña se fue haciendo un nombre por el boca en boca. La gente volvía no solo por las pastas, sino también por la confianza. Los vecinos sabían que en La Quilmeña se trabajaba con seriedad, que los productos eran frescos, hechos con buenos ingredientes y con la experiencia de quienes realmente saben hacer pastas.


Hoy, más de 70 años después, La Quilmeña sigue siendo un negocio familiar. Quien les escribe estas líneas es el nieto de Horacio y el hijo de Iouri, que desde hace décadas tomó la posta y mantiene el legado que comenzó mi abuelo. Nuestro compromiso sigue siendo el mismo: hacer pastas frescas, artesanales, de calidad y sin conservantes, como se hacía en aquel primer local de calle Mitre.

Trabajamos todos los días con los mismos valores: tradición, calidad, confianza, prestigio y familia. Y aunque hoy contamos con una estructura más grande, más herramientas y más tecnología, no perdimos el espíritu con el que comenzó todo: hacer bien las cosas, con dedicación y respeto por lo que se ofrece.

En La Quilmeña soñamos con llegar a los 100 años de historia. Y no queremos hacerlo solos. Queremos que nuestra clientela nos acompañe, como desde aquellos primeros días. Porque nuestra historia no es solo la de un negocio: es la de un barrio, de familias que trabajan todos los días, y de una forma artesanal de hacer las cosas, guiados por la tradición y el saber hacer que venimos cuidando hace más de 70 años.

viernes, 20 de junio de 2025

¿Cómo reconocer una pasta fresca artesanal?

(y por qué no se parece a la del supermercado)



Cuando hablamos de pasta fresca, no hablamos sólo de comida. Hablamos de un oficio. De una manera de hacer las cosas que tiene que ver con el respeto por el producto, el tiempo, la técnica, el conocimiento y la tradición.

Una buena pasta se reconoce con los sentidos, pero también con la experiencia. Y no hace falta ser chef para notarlo: alcanza con prestar atención y tener ganas de aprender.

Hoy quiero contarte cuáles son las diferencias más claras entre una pasta artesanal —como la que hacemos todos los días en La Quilmeña— y una pasta industrial. Para que sepas qué estás comiendo, y por qué vale la pena elegir bien.


El color: la sémola habla por sí sola

La pasta artesanal hecha con sémola de trigo candeal y huevo tiene un color amarillo pálido, opaco, natural. Nada de ese amarillo fuerte que parece pintado con fibra.
La sémola, además, le da una textura distinta: más firme, más noble. Es el tipo de harina que se usa cuando se busca calidad, no cantidad.

El aroma: un indicio antes de cocinar

La pasta fresca bien hecha ya huele antes de entrar al agua. Tiene ese perfume sutil a huevo y harina, a masa descansada, a relleno fresco.

La industrial, en cambio, viene sellada, embolsada, sin alma. Muchas veces tiene olor al plástico del envase. ¡O peor! A conservantes...

La textura: la rugosidad que atrapa la salsa

Cuando hablamos de pasta como los fusilli o los macarrones notamos un detalle que no es menor: la buena pasta no es completamente lisa. 
Los elaboramos siguiendo la técnica de pasta al bronzo

La pasta al bronzo es una pasta elaborada con moldes de bronce, lo que le da una textura rugosa y porosa. Esta superficie permite que las salsas se adhieran mejor, realzando el sabor. Es típica de producciones artesanales y refleja una tradición italiana de calidad y elaboración cuidadosa. Esa superficie permite que la salsa se adhiera, no que resbale. Por eso, cuando usás nuestras pastas la salsa acompaña la pasta y no queda en el plato.



El tiempo de cocción: rápido, pero firme

La pasta fresca artesanal cocina más rápido, entre 3 y 5 minutos, y no se deshace.

Esto es clave: no está pensada para durar años en una góndola, sino para consumirse fresca, como corresponde.

Una cocción justa y pareja depende también del grosor parejo, algo que sólo se consigue cuando se trabaja con cuidado, no en serie.

Una buena pasta no necesita trucos. No necesita disfrazarse con mil ingredientes. Cuando está bien hecha, se luce sola, y realza cualquier salsa sin esfuerzo. Esa es la diferencia real: el sabor que viene del tiempo dedicado, de los ingredientes nobles y del saber transmitido generación tras generación.







jueves, 19 de junio de 2025

¿Por qué la pasta no es igual en todos lados?

 

En Quilmes, decir "pasta" es sinonimo de domingo, mesa larga y olor a salsa en el aire. Pero seamos honestos: no toda la pasta es igual. No importa si tiene forma de raviol o si el paquete dice “artesanal” en letras doradas. La diferencia se nota. Y el cuerpo también lo siente.

Entonces vale la pena preguntarse: 

¿Por qué algunas pastas caen como una bomba y otras no?

No es una cuestión de suerte. Tampoco de marca. Es lo que hay adentro. Es cómo está hecha. Es la diferencia entre comer algo "parecido a pasta" y comer pasta de verdad.

Lo que no se ve, pero se siente.

Hay cosas que no te va a contar ninguna etiqueta. Porque no entran en un código QR ni se imprimen en una bandeja.

📌 Como el descanso justo de la masa.
📌 El punto exacto de humedad.
📌 El relleno que no es una pasta irreconocible sino ingredientes que se notan y se respetan.


Cuando decimos que hacemos pasta fresca, decimos también que no apuramos lo que no se puede apurar. Porque hay algo que nunca va a hacer una máquina: saber cuándo la masa “está”.

El valor de lo simple

¿Sabés lo difícil que es mantenerlo simple hoy? Sémola, huevo, agua y trabajo. Sin conservantes raros, sin químicos con nombre de laboratorio. Solo lo necesario. Porque lo bueno no necesita disfrazarse.

Y claro, por eso nuestra pasta no dura un mes. Porque no tiene por qué. Porque es fresca. Y lo fresco se disfruta, no se stockea.

No hacemos "producto", hacemos comida de verdad.

Cada raviol, cada ñoqui, cada cinta tiene detrás una historia. Un proceso. Y sí, también una persona que se levanta temprano, que mezcla, que prueba, que vuelve a empezar si no le gusta cómo quedó.

Esa persona probablemente te atendió también cuando pasaste por el local.

La experiencia no se empaca.

Comprar pasta fresca no es apretar "agregar al carrito" nada más. Es elegir, preguntar, contarnos con qué la vas a acompañar. Es que te recomendemos la salsa justa para esa pasta, que charlemos un poco en el mostrador.

Y si hacés el pedido por WhatsApp, también está del otro lado una persona. Alguien que no te ve como un “cliente”, sino como un vecino, uno que vuelve porque sabe que lo que se lleva vale.

Los platos se olvidan, los momentos no.

La pasta está en mil escenas en la comedia de nuestras vidas:

🍝 El almuerzo con tus viejos
🍝 El reencuentro con alguien querido.
🍝 La primera vez que alguien te cocinó.
🍝 Ese día largo que terminó con una cena simple, pero perfecta.

Ahí está nuestra pasta. No porque sea milagrosa, sino porque está hecha para eso: para acompañar. Para no fallar. Para que te sientas en casa, incluso si estás lejos.


Suena medio loco decirlo, pero sí: no hacemos para guardar. Hacemos para vender fresco. Lo que sale en el día, es lo que se pensó para ese día. No hay galpones con bandejas apiladas ni cámaras industriales.

Y sí, capaz te cuesta conseguir tu variedad favorita si venís a última hora... pero es porque queremos que te lleves algo recién hecho. Eso también tiene su valor, ¿no?

Comprar pasta fresca es otra cosa

Y no, no romantizamos nada. Simplemente hacemos las cosas como nos enseñaron: con atención, con cariño, con sabor.

Acá no vendemos solo masa. Vendemos algo que, cuando llega a tu mesa, tiene historia. Tiene manos que trabajaron. Tiene barrio. Tiene domingo.

Y eso, para nosotros, vale.

¿Qué tiene de especial una buena pasta fresca?

En una ciudad como Quilmes, donde el domingo se comparte en familia, la pasta fresca no es solo comida: es parte de la cultura. Pero en tiempos donde todo viene en paquetes, envasado al vacío y con fechas de vencimiento que duran más que un alquiler, vale la pena volver a preguntarse:



¿Qué tiene de especial una buena pasta fresca? Sin entrar en vueltas, queremos contarte eso. Por qué hacemos lo que hacemos. Por qué la pasta fresca bien hecha no tiene reemplazo, y por qué cada vez que alguien elige venir hasta nuestro local o hacer un pedido, no se está llevando “una pasta más”, sino algo bastante más rico que eso.

La materia prima no es un detalle

Arrancamos por lo básico. Una buena pasta empieza por la harina, o mejor dicho, por la sémola de trigo. Es una harina de grano duro, que se nota apenas la tocás. Tiene otro color, otra textura y, sobre todo, otro sabor. La mayoria no lo sabe pero las pastas se inventaron en China. Sin embargo, el pais de la pasta es sin dudas Italia. En Italia hay dos tradiciones, las pastas a base harina y las pastas a base de sémola.

Nosotros no usamos harina común. No porque sea “mala”, sino porque no sirve para lo que hacemos. La sémola es lo que hace que la masa tenga firmeza, que no se pegue toda cuando la cocinás, que no quede gomosa. Es como la base de una buena pizza: si no arrancás bien, no hay mucho que hacer.

La textura: esa sensación que no se puede mentir

¿Viste cuando la pasta está blanda, como pegajosa, y no sabés si estás comiendo fideos o masa de tarta? Bueno, eso no pasa con una pasta fresca bien hecha.

Acá nos fijamos mucho en cómo se siente la masa. Que tenga resistencia, que no se pase en dos minutos, que se note que estás comiendo algo de verdad. Eso no lo da una máquina. Lo da el ojo, la mano, la costumbre.

Y aunque muchos no lo sepan, la textura de la pasta cambia cómo se agarra la salsa. Una buena pasta la absorbe, la acompaña. No nada en ella. No se esconde.

El corte justo. El momento justo.



No hacemos pasta para stockear. No tenemos un depósito con bandejas apiladas. Hacemos lo que se va a vender fresco. Eso significa que cada raviol, cada cinta, cada ñoqui, sale para vos.

Hay gente que piensa que cortar pasta es pasarla por la máquina y listo. Pero no es así. Cada tipo tiene su forma, su tamaño, su momento. No es lo mismo una masa para ravioles que para sorrentinos. Y si lo apurás, se nota.

Hacerlo a mano no es por romanticismo. Es porque se nota cuando está bien hecho.

El relleno tiene que tener algo para decir

En las pastas rellenas, el equilibrio lo es todo. Si hay pura masa y poco relleno, te sentís estafado. Si hay demasiado relleno, la pasta no cierra bien, se rompe, se desparrama. Nosotros buscamos el punto justo. Y eso llevó más de 70 años de prueba, error, y un par de puteadas hasta que queda obtuvimos un producto de alta calidad.

Los rellenos no son un puré sin forma. Son mezclas pensadas, con ingredientes que se notan. Espinaca que tiene gusto a espinaca. Ricota de verdad, no esa aguada que no sabés qué es. 

No escondemos lo que hay. Lo mostramos, porque es bueno.

Lo artesanal no es lento. Es otra velocidad.

Nos gusta trabajar con tiempo. No porque seamos lentos, sino porque hay cosas que no se pueden hacer apurados. La masa tiene que descansar. Los ñoquis necesitan su rato. El raviol no se apura.

Todo eso se traduce en una pasta que no se desarma, que no se pega, que sale pareja.
Hay procesos que no se negocian. Y no es porque estemos chapados a la antigua: es porque nos importa que esté bien.

Sin cosas raras. Sin conservantes. Sin "saborizante a gusto"

Nuestros ingredientes los conocés. Sémola, huevo, agua, y lo que diga el relleno.
No usamos conservantes. Por eso dura lo que tiene que durar. Lo que es fresco, no tiene que durar un mes.

Y está bien que sea así. Porque eso quiere decir que no tiene cosas que no debería tener. Si querés comer sano, empezá por saber qué hay adentro de lo que comés.

La pasta que te llevás no salió de una cinta transportadora. Salió de las manos de alguien que se levanta a las 6, que prueba, que cambia, que conoce a los clientes por nombre.

Y eso se nota.

Porque no es lo mismo comprar algo sin saber quién lo hizo, que saber que lo preparó alguien del barrio, que está poniendo el cuerpo para que comas bien.

Acá no vendemos “producto”. Vendemos algo que forma parte de tu mesa. Y eso lo hacemos con cuidado.

Comprar pasta fresca es una experiencia



Venir a buscar la pasta no es lo mismo que tirar una caja al changuito. Hay otra cosa en el medio. Te saludamos, hablamos de qué salsa pensás hacer, de si te gustó la de la semana pasada.

Y si no podés venir, te lo mandamos. Pero igual tratamos de que el trato no se pierda. Porque no sos un número de pedido. Sos alguien que confía en lo que hacemos.

Y eso para nosotros vale.

No es solo comida. Es lo que pasa alrededor.

A veces no lo pensamos, pero la pasta está en los mejores momentos:

  • Los domingos en casa.

  • La cena de reconciliación.

  • La comida que llevás cuando vas a ver a tu vieja.

  • Ese día que te cocinaste vos, con una copa de vino.


No vendemos solo masa. Vendemos un pedazo de esos momentos. Y eso no se mide en gramos.

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